A veces parecemos una familia normal. Tenemos una casa junto al mar, una niña que nunca duerme y una moto que solo arranca cuando le da la gana.

La arena se mete en todas partes, incluso en nuestros pensamientos. El desayuno siempre se alarga y suele empezar con alguien diciendo: no hagamos nada hoy, sabiendo que probablemente lo haremos de todos modos.

La gente dice que deberíamos asentarnos, hacer planes, pensar en el futuro, pero a nosotros nos gusta el presente. Incluso cuando no tiene ningún sentido, lo único que necesitamos es que la moto arranque, que la niña se ría y que nadie nos recuerde que ya es hora de madurar de una vez.

Puede que no seamos la familia perfecta, pero nos queremos a nuestra manera: desordenada, ruidosa, real. Y, sinceramente, eso ya se siente como un pequeño milagro.